martes, 1 de septiembre de 2009

LIBRO: Klumb. Una arquitectura de impronta social


Klumb. Una arquitectura de impronta social / An architecture of social concern.  Enrique Vivoni Farage, editor. San Juan: Editorial de la UPR y AACUPR, 2006, 346 pp.

Desde sus años en Taliesin como uno de los “Fellows” del mítico Xanadú de Frank Lloyd Wright, la trayectoria del arquitecto Henry Klumb no cesó de buscar la exuberancia poética en la arquitectura y su aplicación a la impronta social. Los diversos caminos tomados durante una década de búsquedas en Estados Unidos lo condujeron a Puerto Rico, una isla con la reputación de padecer “hambre y miseria”. Su pasión fue la arquitectura de justicia social, la que pudo investigar en varios diseños para el Comité para Diseño de Obras Publicas y la Autoridad sobre Hogares Insular.


Henry Klumb no dejó de ser un arquitecto público en la más justa acepción del término cuando en 1948 cesó de trabajar en la Autoridad sobre Hogares. Durante treinta años fue el artífice de la universidad moderna, simultáneamente traduciendo y movilizando la modernización de los saberes y la misión de la educación superior en Puerto Rico a través de una impresionante producción de edificios. En los últimos años de su carrera en el país, pautó el paradigma edilicio de un nuevo tipo de industrialización al diseñar las sedes de las principales empresas farmacéuticas. Instituciones como la Iglesia Católica y clientes privados redituaron de una arquitectura que, sin ser gubernamental, contenía propuestas de belleza, funcionalidad, ecología e identidad valederas para todo el país.

Sin embargo, son los años marcados por la emergencia, los lanzados a una modernización en medio de las carencias de la guerra y de la pobreza social, los que encierran su genio y figura de la manera más entrañable. Están presentes en su admiración hacia la madera criolla, en las instrucciones meticulosas de cómo debía servirse el almuerzo en el comedor de una escuela rural, en los planos de una finca para maestros. Están, sobre todo, en su entendimiento del arrabal y en las soluciones de vivienda pública, que iban más allá de la satisfacción del albergue. Atisbó, en las discusiones de aquellos días, los profundos dilemas del progreso que había venido a diseñar, y advirtió, una y otra vez, siguiendo una máxima del clasicismo griego, que el hombre tenía que ser la medida de las cosas.

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