domingo, 6 de septiembre de 2009

LIBRO: Ilusion de Francia: Arquitectura y afrancesamiento en Puerto Rico"



Ilusión de Francia: Arquitectura y afrancesamiento en Puerto Rico, Enrique Vivoni Farage, Silvia Álvarez Curbelo, editores, Río Piedras, Archivo de Arquitectura y Construcción de la Universidad de Puerto Rico, 1997).

"Los tiempos de la (des) ilusión."
Reseña por: Carlos Gil

Se trata de la historia de ciertos espacios arquitectónicos puertorriqueños (los afrancesados) abordados desde tres perspectivas temporales complementarias: los modelos de la civilización francesa en Puerto Rico (“La Divina Francia: Puerto Rico y los modelos de civilización francesa -1867-1918-”, de Silvia Álvarez Curbelo); el repaso de los elementos afrancesados y sus raíces entre los arquitectos puertorriqueños de las dos primeras décadas del siglo, (“Lo francés en nuestra arquitectura: legitimidad y dignidad profesional en Puerto Rico 1900-1918”, de Enrique Vivoni), y el estudio de la residencia Francseschi en Yauco, Puerto Rico, como exhíbit de las influencias francesas en su parentesco con los gustos de los nuevos burgueses criollos (“Une folie bourgeoise: arquitectura y valores sociales en Yauco y Ponce a principios del siglo XX”, de Jerry Torres Santiago).
Queda en el centro una especie de incrustación narrativa, en el buen sentido, que, sin embargo, presta al libro su fábula, de acuerdo con nuestra lectura: se trata del ensayo de Mary Frances Gallart sobre el epistolario del corso puertorriqueñizado de la segunda mitad del siglo XIX, Pedro Santos Vivoni Battistini, abuelo de Enrique, coeditor del libro, entre cuyos relatos se narra la llegada de éste, en medio de un naufragio, a San Germán, Puerto Rico (“Epistolario de un corso en la Isla: Pedro Santos Vivoni Battistini).

No me interesaré aquí por leer las estructuras profundas de este libro (¿quién podría acometer en estos tiempos semejante tarea?) sino musitar algunas melodías que nos vienen al oído y ensayar, porque así el cuerpo lo pide, algunos pasos al son de estas cadencias. Leeré el libro comenzando por el mencionado naufragio, como momento de llegada a Utopía conjugando esta fábula constantemente presente en la obra con las diversas acepciones de “ilusión” que la arman. Termino con la llegada del héroe-libro-personaje a (la) casa (el texto de Santiago).

El personaje central (está en el centro mismo del libro, entre las páginas 91 y 122), es el corso Pedro Santos Vivoni Battistini, quien habrá de describir su llegada a la isla de esta manera:

Después de dos días de navegación, el 10 de enero a la media noche, a la luz de la luna, en un mar de grandes olas, naufragamos. (IF 97)

El naufragio, como se sabe, es un motivo casi originario de la mitología fundadora de Occidente. Se podrían mencionar por ejemplo, los tres grandes naufragios de Ulises, el de su llegada a las Isla de Calipso, el del arribo al reino de Alcinoo y el de su retorno definitivo a Ítaca; el del infante Moisés, recogido de las aguas del Nilo por la hija de faraón; el de los apóstoles ante la barca de Jesús luego de que su falta de fe les hiciera zambullirse en las aguas del Tiberiades; el de los peregrinos del Mayflower, fundadores míticos de Estados Unidos de América. De hecho, las tres grandes utopías del renacimiento se arman a partir de tres naufragios: el de Moro a la llegada a la isla de Utopía, el de los descubridores de la Ciudad del Sol, de Campanella, y la de la nueva Atlántida, de Bacon, descubierta también en medio de un naufragio. De igual manera, la fábula está presente en el antiguo cuento de Platón sobre los atlantes a su llegada a las costas de Europa, después del hundimiento del legendario continente. Jonás naufraga y llega a donde no quería en el vientre de la ballena, para pasar las postrimerías de su vida apartado, avergonzado a las afueras de la ciudad de Sodoma, viviendo miserablemente entre unas peñas.

Y he aquí a otro náufrago, el corso Pedro Santos, amante de lo francés, a pesar de su arraigo isleño, su casamiento con una puertorriqueña y la fundación de una familia, a pesar de sus negocios y de su actividad política (fue electo alcalde de Cabo Rojo) mantuvo una estadía en la Isla que no dejó de ser una (larga) escala en un viaje que tenía como verdadero punto de arribo la casa del pueblito de Sisco, en Córcega, su lugar de origen. Como el náufrago que siempre se sintió ser, el patriarca Vivoni añora constantemente el regreso. La ilusión de su partida hacia América tiene entonces como reverso la ilusión del regreso a Sisco, no saliendo ya nunca del circuito de ilusión-desilusión.

La ilusión, que dicho sea de paso, cualquiera equipararía con la noción de ideología, en su matización marxista, posee dos acepciones claramente definidas por el uso ordinario: la ilusión como ficción y la ilusión como esperanza, como deseo. ¿En qué sentido la han usado los editores? Yo creo que la ilusión es un término-límite que le permite a los autores bailar: a uno de los extremos del salón se oyen los acordes de la ilusión en el sentido de la ideología (Marx: la ideología es la ilusión que se forja en la cebeza de los hombres acerca de las condiciones reales de su mundo) y, al otro, los de la ilusión en el sentido del deseo (como podría definirse en un Ricoeur, en quien la ilusión es una reserva motivacional no necesariamente “encubridora”). Da la impresión de que Vivoni, Álvarez y Santiago tienden a bailar más próximos al primer extremo de la pista,[1] mientras que Gallart baila sola, más cómoda, cerca del otro.[2] Ninguno, que yo sepa, se sitúa en el lugar preciso de alguna de estas definiciones; ninguno es marxista, en el primer sentido, ni hermeneuta, en el segundo. Entre estos dos extremos ocurre el baile, tal vez en el mismo sentido en que aquel niño de Heráclito jugaba a hacer los castillos de arena para luego desbaratarlos con un ligero golpe de pie.

De aquí que, en el zigzagueo de un extremo al otro, se denuncia la raíz ilusoria de los proyectos arquitectónicos de nuestra incipiente clase de ingenieros arquitectos (Vivoni) pero, a la vez, se muestran los frutos de esta ilusión, y, acaso, el más inminente de todos ellos, la manera en que la ilusión se convierte en un escudo contra una-otra agresión cultural y política: la norteamericana. Lo que no pudo la humana voluntad, lo que no pudieron todos los esfuerzos por crear una escuela arquitectónica criolla desplegados durante la segunda mitad del siglo XIX, lo pudo el tiempo: aquella indefectible influencia francesa que afrancesaba todo lo que tocaba, como el virus que entra suavemente a la ciudad por el intersticio dejado negligentemente en la fortaleza, aquel virus fue justamente la vacuna-escudo contra otro virus (perdóneseme esta horrible imagen intravenosa) acaso más poderoso: el virus de la influencia norteamericana.

Pero la ilusión sobre la que trata esta colección de ensayos todavía tiene otra acepción: aquélla desde la cual está inventado este libro. Hablemos claro: éste no es un libro de elisiones sino de alusiones: no intenta obliterar (en el sentido del análisis marxista de las ideologías como falsa conciencia) sino de aludir (en el sentido hermenéutico de una indicación oracular). Por eso el invento mismo del libro sólo es posible porque su tiempo es el tiempo de la desilusión. Pero, ¿de cuál de ellas? Para mí que es la des-ilusión postmoderna que toma para sí el precipicio pero, como en esa imagen nietzscheana de la diosa, se para en un punto para mirar y detenerse sin miedo ante el abismo. Por eso ha sido capaz de convertir su propio tiempo de desilusión, en una práctica cultural productiva y vigorizante.

Escuchad si no esta escueta declaración de los editores acerca del propio proyecto:


AACUPR es un archivo vivo. Como tal, hemos fomentado proyectos de investigación que promueven y actualizan el conocimiento y aprecio de la arquitectura puertorriqueña. Con este libro significamos nuestra vocación inter y transdisciplinaria, mediante la cual la arquitectura acoge otros discursos y prácticas culturales y celebra su carácter simbólico y expresivo. (IF, 8)

Como vemos, es un taller de trabajo fundado sobre un antiguo pesimismo de la fuerza, como nos recordara Heidegger, tan reconfortante en tiempos como los nuestros, en que se han cerrado tantas utopías. En este sentido, la ilusión como deseo, suscita el proyecto, lo incoa, y opera a un nivel muy primario, ya que el libro mismo es el fruto de una ilusión. Una ilusión que es capaz de cristalizarse en prácticas culturales más específicas. Así, por ejemplo, el modelo de tiempo que organiza el relato de Álvarez se posa en la descripción de la visita de Baldority de Castro a la Exposición Universal de París (IF, 15, 18), o “los tiempos utópicos“ de los voluntarios puertorriqueños a la Primera Guerra Mundial, en apoyo de Francia (IF, 27), la ilusión del “tiempo de los modelos T de la Ford...” (IF, 29). El tiempo, eje metafórico de este primer ensayo, todo lo devora: “Con el tiempo, estos signos serían asociados con la decadencia, elitismo y frivolidad de las generaciones de puertorriqueños cada vez más ceñidas a los cánones moralistas y populistas de la cultura norteamericana.” (IF, 30). Hay tiempos buenos, de la ilusión, y tiempos malos, los de la desilusión y el agotamiento.

Y es que la ilusión es histórica. Y es así que el tiempo, que organiza la retórica del ensayo de Álvarez Curbelo, se ve contrapunteado con el espacio, en el ensayo de Vivoni: se trata ahora de un ensayo inventado a partir de unos materiales existentes en un álbum: el muestrario de la obra profesional del arquitecto Rafael del Valle Zeno. Vivoni observa que de la vasta producción de éste, sólo aparecen fotografías de obras de fuerte influencia francesa. Para Vivoni, se trata entonces de explicar esta preferencia en el marco de las luchas políticas, de los intereses sectoriales y, por supuesto, en el contexto de la historia del ejercicio de la profesión de arquitecto en Puerto Rico. A partir de ahí, el autor se dedica a localizar la ilusión de Francia en las producciones más concretas, en tanto que lo francés sería un “gesto de afirmación y un reclamo de legitimidad de la clase intelectual puertorriqueña frente al gobierno nortemaericano.” (IF, 37) De aquí que Vivoni se dedique a hacer una biografía intelectual de Rafael Del Valle Zeno, a partir de la pregunta: “¿... cuál fue la trayectoria profesional de Rafael del Valle Zeno ...?” (IF, 39). Y, con ella, de los arquitectos puertorriqueños del periodo estudiado (1900-1918). La ilusión, aquí, opera como una coraza contra el intento norteamericano de dominación de la incipiente conciencia arquitectónica nacional.

Y aquí una importante coordenada de lectura de este libro: si la ilusión de Francia de que habla Vivoni es, en realidad, la de del Valle Zeno; si las ilusiones francesas investigadas por Álvarez son las de Baldorioty; si los juegos de los gustos burgueses son según los piensa y materializa el contratista Trubland Anneton, en el ensayo de Santiago, y si el viaje que modela la fábula es el de Pedro Santos Vivoni, veremos entonces que estamos ante un libro armado sobre cuatro grandes biografías. No es por tanto la ilusión de Francia sino las ilusiones de ciertos sujetos ilusionados, rescatados ahora por la investigación.

Pero, como además hemos leído el libro mismo como un sujeto biográfico, él también llega al final de su propio viaje, retornando a casa. En efecto, para terminar el libro se recala en la casa Franceschi en Yauco (“Une folie bourgeoise: arquitectura y valores sociales en Yauco y Ponce a principios del siglo XX”, de Jerry Torres Santiago). Este ensayo explora los orígenes de esta estructura estableciendo la parentela del estilo arquitectónico de contratistas como Fernad Trublard con los “nuevos gustos, los valores y el dinero de los grupos burgueses de Puerto Rico durante el cambio de siglo” (IF, 140). El próposito escueto del ensayo es constatar esta filiación burguesa de la arquitectura. Sin enbargo, en el escenario del libro, este ensayo cumple la función de cerrar el ciclo del viaje de Pedro-Santos-Ilusión de Francia: la llegada a (la) casa del héroe, su apartamiento del mundo de la aventura, su regreo al mundo secular, el tiempo de la vida ordinaria que sucede a los grandes viajes heroicos y que lleva aparejado, muchas veces, el apartamiento en las afueras de la ciudad del héroe-profeta.

Y como no hay dicha completa, también en Ilusión de Francia se esconde este dejo amargo de profecía incumplida, de una vía ferroviaria que nunca logró construirse, o de la utopía agraria de la diversificación de cultivos (el ramio) en vida del profesta-Pedro-Santos (Santos-profeta), quien, en todo caso, cercano al fin, consigue regresar a Córcega, cerrando el largo periplo de su vida. Libro que se arma entonces sobre esos restos, sobre esa rememoración desde el tiempo ciertamente procaz y consuetudinario de un después, de un post, en ese estadio final de la fábula heroica antes mencionada (llamado, aventura, victoria del héroe, regreso al orden doméstico). El relato traspone, para su buenaventura, los episodios antes descritos, desordenando las etapas que debieron poner el naufragio antes que nada. Por eso, si este libro ha comenzado, si se me perdona, desordenadamente, esto es, añorando el origen desde el sitio puntual y desilusionante de la utopía desencantada, añorando a Francia, una vez comenzada la obra, surge como de esa noche cerrada del texto, una luz aportada por aquella primera carta de Pedro Santos desde Puerto Rico, carta en la que comunica su llegada naufragante a esta Isla. Entonces los valiosos territorios ya explorados por las investigaciones de Álvarez Curbelo y Vivoni, en las dos primeras partes del libro, se iluminan con el ensayo de Gallart, y la casa que avisora a lo lejos Santiago, finalmente, es reconquistada, pero esta vez como morada definitiva para nosotros, los que nos quedamos.


[1]Como cuando Álvarez señala que: “Esta compleja mitologización de Francia como centro de la cultura universal permitió amortiguar las marcas del imperialismo francés sobre amplias porciones de Asia y África; la corrupción escandalosa de Luis Felipe y el antisemitismo burgués de la Tercera República.” (Álvarez, IF, 14); o Vivoni declara: “En Puerto Rico, evocar lo francés en la arquitectura fue un gesto de afirmación y un reclamo de legitimidad de la clase intelectual puertorriqueña frente al gobierno norteamericano.” (Vivoni, IF, 37); o Santiago: “El panorama cambiante de la vida urbana siempre ha sido posible gracias a la riqueza de unos grupos sociales (...)”, Santiago, IF, 129.


[2]“Abrir un cofre es como adentrarse en un mundo nuevo y excitante, ya que su forma exterior no delata su contenido y, mientras acariaciamos su cerrojo, nos imaginamos las más preciadas joyas. (...) Nos proponemos reconstruir tanto la esfera privada como la pública del autor y su entorno, convirtiendo el cofre en archivo.” Gallart, IF, 93-94.












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